Hago un llamamiento a los padres y madres del s.XXI. Dejad que vuestros hijos anden por la hierba. Dejad que vuestras hijas trepen a los árboles. Dejadles hacer pócimas de barro y hierbitas, saltar en los charcos, escribir en el suelo con un palo, meterse entre los arbustos.
Últimamente me estoy formando e informando sobre infancia y naturaleza. Términos como déficit de naturaleza (Richard Louv, «El último niño de los bosques«) o biofobia alertan sobre el nuevo mal que sufren los niños y niñas de hoy en día. Largas jornadas escolares y extraescolares, espacios esterilizados desconectados del mundo natural (parques infantiles de caucho, ludotecas…), sobreprotección parental (no corras, no te subas, no te manches)… hacen que el niño de hoy en día poco tenga ya de niño.
Los niños tienen una curiosidad que les mueve a explorar, descubrir, probar… aprenden jugando, observando, tocando, oliendo, escuchando.
El mundo natural es el medio de aprendizaje ideal, pues ofrece un juego sensorial que desarrolla los cinco sentidos, en un marco donde reina la armonía, belleza y matices como en ningún otro sitio.
En el juego en la naturaleza tienen cabida aprendizajes sensoriales, motrices, la física… el mundo natural nos asombra e incentiva nuestro espíritu científico, haciéndonos preguntas que nos llevarán a aprendizajes muy significativos.
Una raíz, un pequeño capullo, un animal que se mueve de una manera curiosa, una piedra con unos dibujos misteriosos, un agujero en el suelo o en un árbol,… son elementos que despiertan el interés de los más pequeños, y también de los adultos que aún vivimos conectados a ese niño que fuimos.

«Soy un niño. Me gusta desplazarme corriendo, arrastrar mis zapatos para escuchar el sonido que hacen las piedras, coger una lombriz y hacerle una casita. Si veo un charco quiero pisarlo, ver cómo salpica y dejar mis huellas en el suelo. Una roca me incita a subirme, para asegurarme de que soy capaz de hacerlo. Si veo un palo lo cojo, lo meto en diferentes agujeros, será mi espada, o mi lápiz. Si hay tierra y un poco de agua no me puedo resistir a probar a mezclarlo, y echar otros elementos: las piedras se hunden, las hierbas flotan, va cambiando de color. Si paso junto a un río quiero probar cuánto de lejos soy capaz de tirar una piedra, y si una hoja será capaz de flotar hasta el otro lado del puente. Me atraen los colores de las flores, piedras que brillan, hojas que el viento ha tirado. Son mis tesoros y los muestro orgulloso.
Pero todo eso que soy yo, que a mí me interesa, lo que a mí me gusta hacer, está mal. Porque me mancho, me rompo los zapatos, me puedo caer o enfermar, me puede picar un bicho o puedo pisar una caca, … o porque no tenemos tiempo. Debo ir a lugares llenos de niños, como ludotecas y columpios, y divertirme ahí. Haciendo cola en el tobogán, esperando a montarme en el balancín. Discutimos todo el rato.
Me encantaría ir con mis amigos a un bosque y que nos dejaran jugar de verdad.»
Los niños ya no saben ni cómo comportarse, han perdido su esencia. Se ven obligados a entretenerse con adictivos juguetes tecnológicos que poco tienen de juego o aprendizaje. O a dejarse dirigir por el adulto, mostrándose apáticos, aburridos, carentes de imaginación. Aparecen problemas de aprendizaje cuyo origen puede estar en que lo más básico, lo que yo soy, lo que hago, conocer mis capacidades y lo que me gusta… ha sido cercenado.
Doy las gracias a Katia Hueso y Heike Freire, a Clara de tierraenlasmanos.com y otras experiencias que me han ayudado a abrir los ojos a algo tan simple.

Ahora mis pequeños alumnos y alumnas juegan semanalmente en la naturaleza. Viven maravillosas historias que quizá nunca hubieran podido experimentar en su ámbito familiar. Veo cómo poco a poco se muestran más seguros, autónomos y creativos. Cómo el grupo, en este espacio de libertad y serenidad, inventa juegos sin apenas disputas, lo cual en el aula es impensable.
Son más generosos, empáticos, se ayudan unos a otros para subirse a una rama, hacen una medicina para curar un pequeño rasguño, recogen materiales para hacer una trampa. Es un juego sin distinción de sexos.
Simple y complejo a la vez, pues potencian sus capacidades, su pensamiento creativo, resolución de problemas, estrategias grupales. Se sienten capaces, luego son capaces.
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